Piazza d'Italia - Antonio Tabucchi

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Tabucchi, Antonio. Piazza d’Italia.
Barcelona: Anagrama, 1998














Piazza d’Italia. Favola popolare in tre tempi, un epilogo e un’appendice
Traducció de Carlos Gumpert i Xavier González Rovira
Colecció Panorama de Narrativa, 397


>> Què en diu la contraportada...
«Un pueblo toscano rodeado por los pantanos, cerca del mar; tres generaciones de rebeldes, por tradición familiar y por instinto, que atravesando la historia de Italia desde la unidad hasta la liberación, dan a la camisa roja garibaldina los reflejos negros de la anarquía para sacar después una bandera comunista; personajes con nombres tan sintomáticos como Garibaldo, Quarto, Volturno, que desde su pequeño pueblo se lanzan, o son empujados, a viajes de fortuna y guerras en Europa, en África, en las dos Américas, del mismo modo que su vida frugal se abre a fuertes actos y empresas, hasta su muerte en la lucha contra los patronos (representados sucesivamente por los guardias reales, por los guardias forestales, por los fascistas de diversa índole, por la policía de la República); mujeres que afrontan no sólo la realidad, sino también las fantasías y los horóscopos, con llantos tragicómicos; un cura populista y librepensador, que acaba como un topo, meditando bajo tierra sobre los errores de la Iglesia. Son algunos de los materiales con los que Tabucchi ha construido esta «fábula popular», cuya popularidad es sobre todo de contenidos (apunto también el llamativo cromatismo, interiores y exteriores dignos de los más desenfrenados carteles de época), mientras que lo fabuloso es producto del tratamiento narrativo: pasajes lacónicos, aproximaciones abruptas, espectaculares cambios de registro... de manera que la grandeza que se revela dentro de la cotidianidad conserve, es más, acentúe, los perfiles cómicos y grotescos insertos en su sublime inconsciencia. Equilibrios delicadísimos que Tabucchi sostiene recortando con inventiva desusada los breves capítulos, pequeños cuadros enmarcados con ingeniosos títulos, montando esos cuadros con juegos de anticipación y de encabalgamiento que potencian su tensión, adaptando a la sintaxis fluctuante un léxico de rústica eficacia, inusual entre los escritores toscanos de hoy. "Piazza d'Italia" es una fábula popular tan refinada que hace pasar desapercibidas sus destrezas.»

Así presentaba el prestigioso crítico Cesare Segre, en 1975, la primera edición de esta obra, que ganó el premio «L’inèdito». Una novela bellísima, extravagante, repleta de humor y melancolía. Una historia telegráfica de Italia, o mejor, una antihistoria de Italia a través de una familia de anarquistas, de perdedores. Un primer Tabucchi que anuncia ya el Tabucchi futuro, que se ha consagrado como uno de los mejores escritores de nuestros días.

>> Com comença...
El nudo se ha desatado.

Aquel día aciago, después que le pegaron un balazo en la frente (un agujerito protuberante, pero mucho menos que un furúnculo), mientras se desplomaba sobre la pila de la plaza, justo delante del Splendor, Garibaldo quiso decir la frase definitiva. Pero, en vez de ello, su lengua dejó escapar un murmullo diluido que sólo oyeron los que estaban más cerca:
- ¡Abajo el rey!
La piedra le resbaló de la mano y rodó hasta el regato de la fuente de la plaza. En la cara le quedó helada una sonrisa irónica, de ¡maldita sea mi estampa!, porque había tenido tiempo de darse cuenta, en el breve trayecto desde el monumento hasta el polvo, de que la niebla de la muerte le había hecho confundirse precisamente en la frase que quería que fuera definitiva.

>> Moments...
(Pàg. 28)
- Mamá, hoy no hay nada para comer.
- Eso va muy bien para los ojos- respondía Esterina.
Por esas frecuentes nadas crecieron con los ojos bellísimos, límpidos y brillantes.

(Pàg. 44)
(...) Y empezó el viaje a través de un océano de hierba surcado por petrificados veleros rojizos. Noches de viaje en un tren que segregaba tinta como una sepia, con hombres que parecían negros de humo pero que lo eran por naturaleza, rubios vagabundos sin pasado, veloces ciudades de madera que lindaban con la nada. Hasta que alcanzó aquel campamento nómada que construía el ferrocarril para perseguirlo.

(Pàg. 46)
(...) Era mayo y las retamas amarilleaban las dunas. Las redes, abandonadas en los cañizos y acostumbradas a la tierra, se habían convertido en vegetales; nacían en ellas campanillas rosadas, carnosas, que casi parecían ombligos. Entró sin llamar, y la encontró en un rincón, oxidándose junto a la cruz de guerra que colgaba de un clavo de la pared. Esperia, cuando lo vio en el umbral, comprendió para qué había vuelto.
-Siempre te he querido –dijo Garibaldo mirando al suelo para evitar aquellos ojos que escrutaban su rostro.
- Soy demasiado vieja para ti –murmuró Esperia.
- Eso es por la sal, que te oxida –dijo Garibaldo.
La violó dulcemente entre las redes y las sogas podridas.

(Pàg. 63)
Aquel año el verano fue tan largo, que en septiembre ya eran adultos. En mayo todavía recorrían el camino que llevaba a la playa para recoger insectos y mariposas a fin de estudiarlos y hacerles el funeral. Septiembre los halló trepando por las dunas, entre los arbustos, para espiar a las mujeres que se cambiaban después de haberse bañado. (...)

(Pàg. 65)
- Lo ha dicho el tipo ese –decía Garibaldo-: matriz de la belleza.
Iban a la playa y se tendían en la arena tibia de septiembre. Gavure se había resignado a su joroba, pero se olvidaba de ella estudiando política.
- ¡Qué va a ser la guerra! –decía-. Con la guerra los pobres acaban siendo más pobres y los ricos, más ricos.Se aproximaba una gaviota rasante. Mujeres lejanas, todavía más deseables.
- La belleza es otras cosas –murmuraba Gavure-. La bellaza es ser libres.

(Pàg. 78)
Asmara se dejó besar durante tres años más en la verja, aturdida por la tentación. Pasaban lánguidos los veranos, acuosos, de nostalgias ahogadas en la pulpa roja de las sandías y sueños adormecidos en el bochorno de las tardes.

(Pàg. 89)
Hablar poco, manifestar opiniones impersonales pero drásticas y expeditivas, así como no dejarse llevar de la pasión del momento y considerar las cosas con cierto distanciamiento, eran las mejores maneras de obtener respeto. Melchiorre había aprendido por fin a utilizar en beneficio propio su antigua timidez y su miedo a los demás.

(Pàg. 119)
Se dice que al alba de aquella mañana se marcharon las ventanas. Parece que las primeras en emprender el vuelo fueron las de la rectoría, que sobrevolaron la plaza para convocar a sus compañeras a un asamblea. Una a una fueron desprendiéndose todas y reuniéndose ante la llamada del jefe de grupo, en una enardecida bandada caudada. Después, a una señal del guía, zarparon hacia occidente. Iban bajas, agitando los postigos al ritmo lento de un vuelo amplio y tranquilo, como ocas silvestres. El viento, cuando las atravesaba, hacía que silbaran como pájaros verdes. Bien pronto se convirtieron en una línea sutil, y se perdieron hacia el mar. Las casas, con sus cuencas vacías, proclamaban la rendición.

>> Altres n'han dit:
La Nación

>> Enllaços...
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