El libro de arena - Jorge Luis Borges
Borges,
Jorge Luis. El libro de arena.
Madrid: Alianza Editorial, 1997
Col·lecció Biblioteca de autor
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Què en diu la contraportada...
“He querido ser fiel, en estos ejercicios de ciego –dijo en una ocasión Jorge Luis Borges refiriéndose a los relatos incluidos en El libro de arena-, al ejemplo de Wells: la conjugación del estilo llano, a veces casi oral, y de un argumento imposible.” El propio autor reconoce la singularidad de uno de estos relatos: “Si de todos mis textos tuviera que rescatar uno solo, rescataría, creo, “El Congreso”, que es a la vez el más autobiográfico (el que prodiga más los recuerdos) y el más fantástico”.
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Com comença...
El
hecho ocurrió en el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge.
No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no
perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán
como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí.
(El
otro)
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Moments...
(Pàg.
10)
- (...)
Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que
pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra
evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado
el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
- ¿Y si el sueño durara? –dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
- ¿Y si el sueño durara? –dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
- Mi
sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay
persona que no se encuentre consigo misma.(...)
(El otro)
(El otro)
(Pàg.
27)
Mi
nombre es Alejandro Ferri. Ecos marciales hay en él, pero ni los metales de la
gloria ni la gran sombra del macedonio –la frase es del autor de Los
mármoles, cuya amistad me honró- se parecen al modesto hombre gris que
hilvana estas líneas, en el piso alto de un hotel de la calle Santiago del
Estero, en un Sur que ya no es el Sur. En cualquier momento habré cumplido
setenta y tantos años; sigo dictando clases de inglés a pocos alumnos. Por
indecisión o por negligencia o por otras razones, no me casé, y ahora estoy
solo. No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y a
sus manías.
(El
Congreso)
(Pàg.
30)
No me
abochorna haber querido ser periodista, rutina que ahora me parece trivial.
Recuerdo haberle oído decir a Fernández Irala, mi colega, que el periodista
escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el
tiempo.
(El Congreso)
(Pàg. 47)
(El Congreso)
(Pàg. 47)
(...)
Beatriz no quiso ver el barco; la despedida, a su entender, era un énfasis, una
insensata fiesta de la desdicha, y ella detestaba los énfasis. Nos dijimos
adiós en la biblioteca donde nos conocimos en otro invierno. Soy un hombre
cobarde; no le dejé mi dirección, para eludir la angustia de esperar cartas.
(El Congreso)
(El Congreso)
(Pàg. 62)
Repetidas
veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del
ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca.
(There are more things)
(There are more things)
(Pàg.
69)
Era
preciso que las cosas fueran inolvidables. No bastaba la muerte de un ser
humano por el hierro o por la cicuta para herir la imaginación de los hombres
hasta el fin de los días. El Señor dispuso los hechos de manera patética. Tal
es la explicación de la última cena, de las palabras de Jesús que presagian la
entrega, de la repetida señal a uno de los discípulos, de la bendición del pan
y del vino, de los juramentos de Pedro, de la solitaria vigilia en Gethsemaní,
del sueño de los doce, de la plegaria humana del Hijo, del sudor como sangre,
de las espadas, del beso que traiciona, de Pilato que se lava las manos, de la
flagelación, del escarnio, de las espinas, de la púrpura y del cetro de caña,
del vinagre con hiel, de la Cruz en lo alto de una colina, de la promesa al
buen ladrón, de la tierra que tiembla y de las tinieblas.
(La secta de los Treinta)
(La secta de los Treinta)
(Pàg.
100)
El
planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo
Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa de esos entes
platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último congreso de
pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los
presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la
prudente imprecisión que era propia del género.
Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. De todas las funciones, la del político era sin duda la más pública. Un embajador o un ministro era una suerte de lisiado que era preciso trasladar en largos y ruidosos vehículos, cercado de ciclistas y granaderos y aguardado por ansiosos fotógrafos. Parece que les hubieran cortado los pies, solía decir mi madre. Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo.
Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. De todas las funciones, la del político era sin duda la más pública. Un embajador o un ministro era una suerte de lisiado que era preciso trasladar en largos y ruidosos vehículos, cercado de ciclistas y granaderos y aguardado por ansiosos fotógrafos. Parece que les hubieran cortado los pies, solía decir mi madre. Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo.
(Utopía
de un hombre que está cansado)
(Pàg.
102)
- Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.
- Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.
- ¿Se
trata de una cita? –le pregunté.
- Seguramente. Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas.
(Utopía de un hombre que está cansado)
- Seguramente. Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas.
(Utopía de un hombre que está cansado)
(Pàg.
117)
(...)
Contaba poco más de veinte años; era flaco y moreno, más bien bajo y tal vez
algo torpe. La cara habría sido casi anónima, si no la hubieran rescatado los
ojos, a la vez dormidos y enérgicos.
(Avelino
Arredondo)
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