En la juventud está el placer - Denton Welch




"(...) a media que gritaba, Orvil supo que no podría parar, que ese grito lo llevaba acumulando toda la vida." 






Welch, Denton. En la juventud está el placer. 
Barcelona: Ediciones Alpha Decay, 2011

Traducció d’Albert Fuentes
Col·lecció Héroes Modernos, 12



 Què en diu la contraportada...
En la juventud está el placer es una hermosa novela de formación que acompaña delicadamente a su protagonista, Orvil Pym, un quinceañero sensible y morboso, durante unos luminosos meses de verano. Como ocurre en toda la literatura de Denton Welch, importa el detalle de una mirada que toca las cosas y las personas, los sentimientos y los paisajes, con una prosa que abre las heridas e ilumina los abismos de la indefinición adolescente En la juventud está el placer es quizá la mejor expresión de la obra de un autor casi secreto que inspiró la devoción de escritores de la talla de W.H. Auden, Edith Sitwell o William S. Burroughs. Convertida hoy, al cabo de más de medio siglo, en testamento de una sociedad que dejó de ser con el final de la segunda guerra mundial, En la juventud está el placer sale al encuentro de nuevos lectores y empieza a encontrar el lugar que le corresponde en el canon de los descarriados.

Com comença...
Un verano, varios años antes de que diera comienzo la guerra, un muchacho de quince años se alojaba con su padre y sus dos hermanos mayores en un hotel cerca del Támesis, en el condado de Surrey.

Moments...
(Pàg. 20)
La madre de Orvil había muerto hacía tres años y Orvil sabía bien que bastaba mentarla para que el rostro de su padre se paralizara y endureciera, y su voz se volviese tajante, cruel y despectiva. No se podía volver a pensar en ella, ni tenerla en cuenta, precisamente por lo mucho que la habían querido. Era de mal gusto mostrar que sabías que una mujer como ella había llegado a existir.

(Pàg. 48)
Anduvo por el pasillo hasta asomarse al borde de la amplia escalinata. A sus pies, en el vestíbulo, vio vario corrillos de gente sentada en sillones. Tenían el aspecto triste de la gente que no tiene nada que hacer antes de acicalarse para la cena.

(Pàg.56) 
Envidiaba la vida de los chicos y al hombre de la canoa. Imaginó que aquella vida debía ser de una felicidad casi completa. Le dominó un acceso de ardiente rencor cuando se dio cuenta de que aquella vida jamás podría ser la suya y que siempre tendría que vivir en hoteles, o en las casas de sus parientes, o encarcelado en la escuela como un criminal en un penal. La degradación de su vida le horrorizó.

(Pàg. 89)
(...) estaba en una habitación no más grande que el cuarto de baño, pero ahora era rico y gozaba de libertad, pese al estrecho confinamiento. Las paredes de su pequeña ermita estaban cubiertas de piedras preciosas incrustadas, esmalte y pinturas. Habría diamantes, zafiros, rubíes, esmeraldas, topacios, carbúnculos, granates, ágatas, ónices, aguamarinas, piezas de jade y de cuarzo, perlas, amatistas, circonios, calcedonias, cornalinas, turquesas, malaquitas y ámbares. Siempre que aprendía un nombre nuevo, lo añadía a la lista. Colocados entre las piedras preciosas, habría las pinturas más bonitas de los primitivos italianos y los iconos rusos más hermosos, acompañados de placas de esmalte medievales de Limoges.
Orvil había aprendido muchas cosas interesantes en las páginas de la revista Apollo, que podía leer regularmente en el colegio cuando iba a las clases voluntarias de dibujo, de ahí que pudiera, gracias al recuerdo de aquellas clases, convocar los detalles más abigarrados e increíblemente fastuosos para aquel cuarto de baño soñado.
El pequeño pedazo de suelo estaría completamente cubierto de teselas de mármol engarzadas y perfiladas con hebras de oro, siguiendo el modelo del cloisonné. El tragaluz y la puerta estarían cubiertos de cortinajes. El primero sería de gasa china de color melocotón con bordados de símbolos sagrados e imperiales; el segundo, estaría confeccionado con el más apagado crespón de seda. Encima, un brocado tan rígido e iridiscente como las alas de un escarabajo y, por último, una cortina de terciopelo labrado confeccionada con el palio de algún papa del Renacimiento.
Orvil apagó la luz y salió. La fantasía se interrumpió en el instante en que descorrió el pestillo y no volvería a empezar hasta la mañana siguiente a la misma hora. Bajó a desayunar.

(Pàg. 92) 
Orvil esprintó por el camino de grava rosa y traspuso la puerta del hotel para salir a la carretera a toda velocidad. No tenía ninguna idea ni plan en mente, sólo se dejaba llevar por su profundo deseo de escapar, ser libre, vivir la soledad y correr aventuras.

(Pàg. 110) 
“¡No es maravilloso estar a cobijo de la tormenta y poder oír como arrecia fuera!”, dijo Orvil, dominado por una emoción creciente. Un temblor, como un débil orgasmo, recorrió su cuerpo. Estos momentos preciados que sólo se presentaban en el corazón de una tormenta furiosa eran casi mejores que cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra.

(Pàg. 176)
Para poner freno a aquella imaginación suya que no dejaba de agrandar las cosas como en una pesadilla, Orvil echó un vistazo a la habitación en busca de algún pedazo de realidad en el que fijar su mente.

(Pàg. 192) 
Se acababan las vacaciones. Trató de afrontar el hecho con calma, pero la idea de tener que volver al colegio le resultaba demasiado horrible. Tuvo que caminar solo y razonar y pelearse con su propia sombra durante todo el día.

(Pàg.202) 
“Quiero morirme.”
El hombre pareció indignarse.
“Eso me suena muy tonto y melodramático”, dijo con frialdad.
“No entiendo cómo hay que vivir, qué hay que hacer”, dijo Orvil, levantando la voz, dolido, pues aquellas palabras le habían parecido un insulto.

(Pàg. 209)
Por un momento los tres hermanos permanecieron en silencio.  Parecían pensar todos en el lazo de sangre que los unía. Orvil lo sentía como una amarra gruesa y desgastada que no tenía en cuenta las diferencias reales que los separaban pero que los unía estrechamente, incluso contra sus deseos. Era un tendón que se extendía, resistente y elástico. Orvil se rebelaba contra la tensión ciega de la cuerda, pero sabía que sus hermanos eran como los maridos; los tendría en la salud y la enfermedad hasta que la muerte los separase.

(Pàg. 220)
Orvil se sentó en una butaca esquinada y giró la cabeza para no ver nada. Se preguntaba cómo iba a aguantar sentado ahí. Pensó como sería si en lugar de quince años tuviera veinticinco. Con la distancia de diez años, volvía la vista atrás y se vería a si mismo sentado en el vagón del tren, sintiéndose desdichado. Entonces podría reírse, sacudir la cabeza y considerar que todo aquello no había sido nada.  Trató de remontar el vuelo, elevarse aún más alto, hasta encaramerse al pináculo del campanario de una iglesia, desde donde contemplaría todo el paisaje de su vida y lo consideraría a la ligera, como si no fuese nada. No veía placer ni dolor, sólo una nada.

(Pàg. 223) 
(...) y dejó que saliera el grito. Era una muñeca mecánica en todos los sentidos.
En el vagón todos lo miraron lívidos.
Y a media que gritaba, Orvil supo que no podría parar, que ese grito lo llevaba acumulando toda la vida.

 Altres n'han dit...

 Enllaços:

Comentaris

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Entrades populars d'aquest blog

Les cròniques marcianes - Ray Bradbury

La veïna - Isabel-Clara Simó

Nosaltres - Ievgueni Zamiatin

-Uf, va dir ell - Quim Monzó

El gobelet dels daus - Max Jacob

Amore - Giorgio Manganelli