Cosas que hacen BUM - Kiko Amat


Amat, Kiko. Cosas que hacen BUM.
Barcelona: Anagrama, 2007








Col·leció Contraseñas



>>Què en diu la contraportada:
La obsesión más obsesiva por todo es el problema de Pànic Orfila, un adolescente huérfano anglo-catalán que queda a cargo de su tía abuela Àngels en Sant Boi, un pueblo del extrarradio barcelonés. Àngels, miembro del Instituto de Vandalismo Público, es el único satélite fijo que orbita alrededor de la mente delirante de Pànic, en torno a la cual también giran obsesiones varias: el surrealismo, el satanismo, los situacionistas, Max Stirner, la música soul, la masturbación y Eleonor, una chica de su instituto. A los veinte años, Pànic se marcha a Barcelona. Intenta estudiar Filología Románica y conoce a Rebeca, de la que se enamora. Pero también se une a los Vorticistas –Johnny Cactus, Arturo Grima, Marco Cara y Elvira-, que le fascinan: un extraño gang de dandis revolucionarios del barrio de Gràcia que posee un amenazador plan secreto. Pànic intenta conservar a Rebeca desesperadamente mientras los Vorticistas le empujan hacia el caos cabalgando entre la anfetamina y la dinamita.
Cosas que hacen BUM es una novela que toma elementos del pulp y el punk, de las canciones pop, de Edward Limonov, Jim Dodge y John Fante y de la novela juvenil de S.E. Hilton. Un vibrante libro sobre las obsesiones y el coming of age narrado con el ritmo precipitado y el humor agridulce ypropios de la prosa aparentemente sencilla y siempre incisiva de Kiko Amat.

>> Com comença:
La obsesión es una fiebre. Una rabia loca, enfocada hacia un solo punto, que empieza a acelerar sin que nadie pueda detenerla. La obsesión es un deseo multiplicado, y ese deseo me ha llevado hasta aquí.
Estoy volando a 111 km por hora en dirección a un árbol del camping La Ballena Alegre, en la autovía de Castelldefels. Cuando impacte contra él, mi cuello se partirá como un barquillo mojado en champán, pero de momento estoy paralizado en el aire en la postura de volar. Soy una pieza de taxidermista, suspendida del cielo por hilos de oxígeno.
Los ingleses tienen una expresión para eso: in mid-air.

>>Moments:
(Pàg. 13)
-Escucha: no irás a la escuela. No irás a ninguna cárcel del intelecto para que te allanen los clavos. Las escuelas son cementerios del pensamiento libre, mausoleos de la autosuficiencia y hornos crematorios de la insurrección.

(Pàg. 22)
Aprendí con el tiempo que, como casi todos los antiguos combatientes de izquierdas de la guerra civil, mi tía abuela consideraba la transición a la democracia una tomadura de pelo. Careciendo de otros medios para protestar contra lo que les parecía una farsa que continuaba con la dictadura franquista de manera encubierta, mi tía abuela y sus amigas jubiladas fundaron el Instituto de Vandalismo Público. Su núcleo lo formaban siete u ocho personas mayores que habían pertenecido a la Unió de Pagesos, la FAI, las Joventuts Llibertàries y el POUM.

(Pàg. 29)
Tardé muy poco en darme cuenta de que las amigas de Eleonor no dejaban de señalarme.
Igual que el resto del instituto.
Era medio inglés, me llamaba Pànic y no hablaba con nadie. Llevaba siempre libros extraños debajo del brazo, los ojos verdes de reptil abiertos como ventanas, el cabello negro punzante y poliédrico, como cortado a mordiscos. Blasfemaba por los pasillos y llevaba cuellos altos negros y trenka. No era muy discreto con mis asuntos.

(Pàg. 31)
- Me refiero a mí. A los que nacimos en la era incorrecta, en la parte mala de la ciudad, con la habilidad de hacerlo todo y sin encontrar nada que hacer.- (...)

(Pàg. 47)
Cada vez que encontraba un sonido particular, una conversación, un timbre, una campanada, un insulto en catalán, sacaba la grabadora y registraba Barcelona, el ruido crujiente de sus tripas, el ronroneo de su estómago despertando. El murmullo de la ciudad me parecía único, o al menos distinto de las moreras amortiguadas, las fronteras cercanas y palpables que delimitaban el pueblo de mi adolescencia y que cruzabas casi sin querer, encontrándote de repente en medio del campo o al lado del río Llobregat.

(Pàg. 55)
En el patio de la facultad, en mi primer día de clases, me entretenía clasificando a las chicas que pasaban ante mí. Chicas raras, sonrientes, desesperadas, locas, chicas de ojos llorosos que nunca iba a conocer.
Aquejado de hipotermia emocional, con el peso de la soledad de años, me enamoraba de todas, fueran como fueran. Todas eran fascinantes, a su manera. Todas tenían nidos en la cabeza, y dedos ágiles, y piernas de tijera que pasaban ante mí cortando el espacio. Sentado allí, metido en la camiseta de una compañía de mudanzas, tejanos negros y bambas de baloncesto, me enamoraba de todas.

(Pàg. 59)
El primer detalle que aprendí de Johnny Cactus era que hablaba raro.
- El mundo es un zapato –decía.
- Estás elegante como un tiralíneas –decía.
- Tenía el corazón en un cajón – decía.
- Tengo la cabeza como un biombo –decía.
- No voy a ir, por si las muescas –decía.
La tradición de las frases hechas le traía sin cuidado. La teoría que desarrollé, con el tiempo, era que lo hacía por miedo a lo ordinario, a cualquier tipo de rutina. Era escritura automática. Refranero surrealista. El resto del mundo repetimos las frases hechas y los juegos de palabras sin firmarlos. Los manoseamos y guardamos bien envueltos, por eso cuando llega el momento de prestárselos a alguien tienen la misma forma aburrida de siempre.
Johnny Cactus quería que incluso sus frases hechas fuesen exclusivas. Únicas. Nuevas, estrenadas en aquel momento, como un juguete acabado de comprar.
- Es más pesado que una casa en brazos –decía.

(Pàg. 86)
Me pregunté: ¿La forma en la que te ve la gente es como eres realmente? Si concentras todos tus esfuerzos en parecer algo y lo consigues –y eso es lo que la gente percibe de ti-, ¿te conviertes en ello automáticamente? O incluso: ¿te conviertes en ello con el tiempo?.
Dicho de otra manera: ¿Acabas creyéndote el personaje que te inventas? ¿Acabas convirtiéndote en el personaje que te inventas?

(Pàg. 92)
(...) Con el tiempo y nuestra ayuda, aprenderás cosas, y descubrirás otras que jamás hubieses sospechado sobre el mundo y los que nos rigen. Eso, en cierta manera, será tu sueldo. El conocimiento. Atravesar esa gruesa capa de epidermis que la mayoría de humanos no llega ni a rozar. No puedo mentirte: será peligroso. Tampoco puedo mentirte en otra cosa: vale la pena.

(Pàg. 98)
-¿No quieres ser un cangrejo, como todos los de ahí abajo?- Hizo un movimiento de presentación de la ciudad con la mano abierta-. No es vida, claro, es otra cosa; pero es mucho más cómoda. Es más cómodo dejarse llevar que nadar contracorriente, igual que es mucho más satisfactorio ser tonto que listo: ser listo sólo trae problemas y sufrimiento. Es más confortable disimularse entre la multitud, sin duda, que tenerles señalándote, riéndose de ti o insultándote; pero una de las dos cosas te hace mejor hombre y la otra no. Por una de las dos cosas merece la pena estar vivo, mientras que la otra... La otra es un desperdicio. Es haber vivido como un animal. El ser humano no está en este mundo para obedecer órdenes o conformarse.

(Pàg. 123)
Qué cosa tan inútil, los remordimientos estériles. Deberíamos tener el botón de borrar en alguna parte. El botón rojo de Rec. Me la pegué una vez, voy a ir con ojo, no necesito arrastrar fotos, restos de escayola, imágenes amplificadas, lágrimas ajenas al día en que me estrellé encima.
Lágrimas ajenas, que parece que no pesan nada, pero que están hechas de plomo. Y ese plomo lo llevamos en los bolsillos el resto de nuestra vida.

(Pàg. 132)
Hay gente que tiene misterio, supongo, que provoca intriga por todo lo que las rodea. Una forma malsana de quedarse en tu cabeza y reclamar espacio, de obligarte a recolectar más información sobre sus vidas.
Supongo que ser misterioso es eso. Mucha gente acumula secretos, pero muy poca los convierte en misterios. Y, claro, un secreto que no llega a misterio no es nada. Es un embrión abortado, una semilla borda, una intimidad que a nadie interesa, sólo algo embarazoso que ocultar.

(Pàg. 147)
- Creo que sólo hay dos maneras de vivir en ese mundo –me dijo.
- ¿Cuáles son? –dije yo.
- Siendo anarquista y hedonista, sin concesiones –dijo él.
Asentí. De fondo, y muy significativamente, sonaba “The creator has a masterplan” de Pharoah Sanders. Esperé a que continuara, y al final continuó. Pero no como yo quería.
- Eso es todo. Siendo anarquista y hedonista, sin concesiones –repitió-. No hay más que hablar. –Se bebió su gin tonic de un golpe, se levantó y se largó.

(Pàg. 166)
El truco es no pensar que vas a morir. La cobardía es un animal famélico que se come lo que le dan. Cuánto más la alimentas, más se crece.

(Pàg. 192)
Me quedé un instante sin hacer nada para disfrutar del misterio. No hay tantas ocasiones en la vida para gozar de una buena incertidumbre y, cuando una se acerca, la curiosidad es tan irresistible que nos abalanzamos sobre ella para descuartizarla y pasar de inmediato al placer de la certidumbre. El placer del misterio por sí mismo, sin embargo, es tan breve y pasajero que se convierte en un bien preciadísimo.

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