Factotum - Charles Bukowski

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Bukowski, Charles. Factotum
Barcelona: Anagrama, 2006









Factotum
Traducció de Jorge Berlanga
Col·lecció Compactos, 378


>> Què en diu la contraportada...
En esta novela autobiográfica de sus años de juventud, el autor nos describe la vida de su alter ego Henry Chinaski -saltando de un empleo a otro, todos sórdidos, duros, sin sentido, emborrachándose a muerte, con la obsesión de follar, intentando materializar su vida de escritor- y nos ofrece una visión brutalmente divertida y melancólicamente horrorizada de la ética del trabajo, de cómo doblega el «alma» de los hombres. Se ha dicho que Bukowski -con su prosa lacónica, escueta y contundente como un uppercut- es el novelista atroz de la gran selva urbana, de los desheredados, las prostitutas, los borrachos, los desechos humanos del Sueño Americano a nivel del arroyo, y se le ha comparado con Henry Miller, Céline y Hemingway.

>> Com comença...
Llegué a Nueva Orleáns con lluvia a las cinco de la madrugada. Me quedé un rato sentado en la estación de autobuses, pero la gente me deprimía, así que agarré mi maleta, salí afuera y comencé a caminar en medio de la lluvia. No sabía donde habría una pensión, ni donde podía estar el barrio pobre de la ciudad.

>> Moments...
(Pàg. 30)
Había trabajado el tiempo suficiente como para ahorrar lo que me pudiera costar un billete de autobús a cualquier otra ciudad, más unos cuantos dólares para arreglármelas cuando llegase. Dejé mi trabajo, cogí un mapa de los Estados Unidos y lo miré por encima. Decidí irme a Nueva York.

(Pàg. 32)
Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.

(Pàg. 54)
Eso era todo lo que un hombre necesitaba: esperanza. Era la falta de esperanza lo que hundía a un hombre.

(Pàg. 76)
Me tapaban Y es que un hombre con resaca nunca debe tumbarse de espaldas y ponerse a contemplar el techo del almacén. Las vigas de madera al final se apoderan de tí; y los cielorrasos de cristal –puedes ver la jaula para gallinas en los cielorrasos de cristal- esos barrotes a un hombre le recuerdan de algún modo una jaula. Entonces viene la pesadumbre en los ojos, el morirse por un trago; y luego el sonido de la gente moviéndose, los puedes oír, sabes que tu hora ha llegado, y no se sabe cómo te ves levantándote y moviéndote y rellenando y facturando pedidos...

(Pàg. 85)
No íbamos allí todos los días. Alguna mañanas estábamos demasiado enfermos por culpa de la bebida como para levantarnos de la cama. Entonces nos levantábamos ya entrada la tarde, bajábamos a la tienda de licores, nos quedábamos allí un rato, luego nos pasábamos una hora o dos en algún bar, escuchábamos la máquina tocadiscos, observábamos a los borrachos, fumábamos, escuchábamos la risa de los muertos... era una agradable forma de vivir.

(Pàg. 116)
Ya era hora de que tuviese un poquito de suerte, no mucha, un poquito bastaba. Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitualmente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrase agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?

(Pàg. 118)
Cualquier cosa. Podía hacerlo. Acabar con todos nosotros. Sabía que si yo condujese consideraría seriamente la posibilidad, el poder hundir en el agua a toda la pandilla de imbéciles. Y a veces, después de hacer tales consideraciones, la posibilidad se vuelve realidad en un impulso irreprimido. Por cada Juana de Arco hay un Hitler colgando al otro lado de la balanza. La vieja historia del Bien y del Mal.

(Pàg. 148)
Algunos trabajos eran increíblemente fáciles de conseguir. Recuerdo un sitio en el que entré, me senté en una silla y bostecé. El tío que estaba detrás del escritorio me preguntó:
- ¿Sí, qué desea usted?
- Mierda –contesté-, creo que necesito un trabajo.
- Contratado.

(Pàg. 155)
La ley del más fuerte. En América siempre había gente buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor. No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles, pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos –bastantes- desgraciadamente no son nada.

>> Altres n'han dit...


Llegir llibres, Papel en blanco, Poemas del alma, Resistirse es futil, Sonikelandia, Alternative Reel, Rough Edges

>> Enllaços:
Charles Bukowski, l'Emperador de San Francisco, la inevitable peli, realisme brut, Taxonomia del vici,
la tesis de Bukowski, autoestima


>> Llegeix-lo:
Espanyol, espanyol

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