Viaje al pasado - Stefan Zweig


Zweig, Stefan. Viaje al pasado.
Barcelona:  Acantilado, 2009






Reise in die Bergangenheit

Traducció de Roberto Bravo de la Varga
Col·lecció Cuadernos, 35


>> Què en diu la contraportada...
Viaje al pasado (llamado también por su autor «Resistencia de la realidad» y publicado por Acantilado en el volumen La Mujer y el Paisaje) narra la historia del reencuentro, al cabo de muchos años y en un mundo definitivamente nuevo, de dos seres que se amaron y que creen amarse aún. Separados por la Gran Guerra antes de poder objetivar su amor, se encuentran ahora inmovilizados por la resistencia a poder llevarlo adelante, tan fuerte es la carga del pasado. Propio del mejor Zweig, en esta vibrante historia de un amor imposible, el lector encontrará el hechizo inolvidable de su autor para evocar los sentimientos a través del gesto y el detalle.

>> Com comença...
-¡Ahí estás!
Con los brazos extendidos, casi se podría decir que abiertos de par en par, salió a su encuentro.
-¡Ahí estás!- repitió de nuevo, y su voz recorrió esa escala que asciende cada vez más luminosa desde la sorpresa hasta la absoluta felicidad, mientras miraba la figura de la amada, rodeándola de ternura-. ¡Ya empezaba a temer que no fueras a venir!
-¿De verdad? ¿Tan poca confianza tienes en mí?

>> Moments...
(Pàg. 21)
Había amado a aquella mujer desde su primer encuentro, pero a pesar de la irresistible pasión que dominaba sus sentimientos, filtrándose en sus sueños, le faltaba algo decisivo que conmoviera su ser: tomar conciencia de que, al margen de excusas, lo que se empeñaba en ocultarse a sí mismo bajo el nombre de admiración, respeto o afecto, hacía tiempo que se había convertido en puro amor, un amor obsesivo, desatado, ardiente.

(Pàg. 23)
Pero el amor sólo se confirma de verdad como tal cuando deja de revolverse dolorosamente en el interior de uno, oscuro como un embrión, y es nombrado con los labios y el aliento, cuando se atreve a confesar su existencia. Aunque el sentimiento se obstine en perseverar como crisálida, siempre llega el momento en que el vago capullo eclosiona de repente y se precipita con el doble de violencia desde la altura hasta lo más hondo del corazón sobresaltado.

(Pàg. 30)
Dos años, dos meses, dos semanas simplemente, sin aquella suave luz sobre su camino, sin contar con sus amenas conversaciones todas las tardes...No, no, no lo podría soportar. Y lo que hacía sólo diez minutos le había llenado de orgullo, su misión en México, el ascenso, el poder creador, se había contraído, había estallado como una radiante pompa de jabón, y ya sólo quedaba la distancia, la ausencia, el cautiverio, el destierro, el exilio, la aniquilación, una separación a la que no se podía sobrevivir.

(Pàg. 36)
Como animales, calientes y ávidos, caían uno sobre otro cuando se encontraban en un pasillo oscuro, detrás de una puerta, en un rincón, entre dos minutos robados; la mano quería sentir la mano, el labio al labio, la sangre inquieta sentir a su hermana, todo buscaba febrilmente a todo, cada nervio ardía por gozar la sensualidad de un pie, de una mano, de un vestido, de cualquier parte viva de sus cuerpos anhelantes.

(Pàg. 51)
Y cuando, el tercer año de guerra, un viaje de negocios le llevó a la casa de un gran comerciante alemán de Veracruz y conoció a su rubia hija, discreta y hogareña, se apoderó de él el miedo a quedarse solo para siempre en medio de un mundo que se venía abajo por el odio, la guerra y la locura.

(Pàg. 60)
Y, de repente, se dio cuenta de que la serenidad que habían mantenido mientras hablaban era falsa, que en alguna parte todavía quedaba algo sin resolver, algo por solventar en su relación, y que aquella amistad no era más que una máscara puesta artificialmente sobre un rostro nervioso, inquieto, turbado por la confusión y la pasión.

(Pàg. 74)
Muros que caminaban, escuadras que marchaban unas tras otras en líneas de a cuatro empavesadas con banderas, gentes con atuendos militares que desfilaban marcando el paso como un único hombre, haciendo retumbar el suelo al mismo ritmo, la nuca rígida, echada hacia atrás con enérgica resolución, la boca abierta de par en par para cantar, una voz, un paso, un ritmo. En la primera fila, generales, dignatarios de pelo cano cubiertos de bandas, flanqueados por la juventud que llevaba con atlética firmeza gigantescas banderas tiesas y derechas, haciendo que ondearan al viento calaveras, cruces gamadas, antiguos estandartes imperiales, sacando el pecho, adelantando la frente como si salieron al encuentro de las baterías enemigas. Como si las forzara a avanzar un puño que fuera fijando la cadencia, geométricas, ordenadas, marchaban las masas al compás, guardando exactamente la distancia y manteniendo el paso, tensando todos los nervios, con una mirada amenazante la distancia y manteniendo el paso, tensando todos los nervios, con una mirada amenazante en el rostro, y siempre que una nueva falange –veteranos, jóvenes del pueblo, estudiantes- pasaba por delante de una tribuna elevada donde la percusión de los tambores descargaba golpes de acero sobre un invisible yunque dictando obstinadamente el ritmo, una sacudida recorría la muchedumbre de cabezas que se volvían marcialmente hacia la izquierda girando unánimes la nuca, levantando palpitantes las banderas desplegadas con cordones ante el caudillo del ejército que con rostro de piedra asistía impertérrito a la parada de los civiles.

(Pàg. 76)
-¡Qué locura!- balbució sorprendido sintiendo vértigo-. ¡Qué locura! ¿Qué quieren? ¿Otra guerra, otra guerra?
¿Otra guerra como la que había hecho pedazos su vida entera? Con un extraño temblor miró sus rostros jóvenes, se quedó mirando absorto a esa masa que avanzaba negra, en escuadras de a cuatro, esa cinta cinematográfica cuadrada que se desenrollaba de la estrecha bobina que contenía una oscura cajita, y cada rostro en el que se paraba estaba igual de tieso, resuelto y amargado, era un arma, una amenaza. ¿Y a qué venía esa amenaza que se extendía como una nota discordante en la suave tarde de junio, metida a martillazos en una amable ciudad que soñaba despierta?
- ¿Qué quieren? ¿Qué quieren?

(Pàg. 77)
Acababa de contemplar el mundo con la claridad de un cristal diáfano, cubierto de ternura y amor por el sol, se había dejado llevar por una melodía de bondad y de confianza, y de repente empezaba a resonar el paso de las masas marchando como entonces, aplastándolo todo, ceñidas marcialmente, mil voces, mil temperamentos y, sin embargo, un solo aliento, una sola voz, una sola mirada. Odio, odio, odio.

(Pàg. 89)
¿Cómo había podido olvidar durante tantos años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron de la embarazosa  conversación buscando un punto de encuentro más amable en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo (...).


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