Trampa 22 - Joseph Heller




"Que murieran hombres era un asunto de necesidad; pero cuáles habían de morir era pura circunstancia (...)."



Heller, Joseph. Trampa 22
Barcelona: RBA, 2005

Catch 22. Traducció de Flora Casas
Col·lecció Andanzas, 709   i


è Què en diu la contraportada...
La acción se desarrolla durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial y se centra en una escuadrilla de bombarderos estadounidense. El coronel Cathcart, jefe de la escuadrilla, quiere ser ascendido a general. Y no encuentra mejor manera que enviar a sus hombres a realizar las misiones más peligrosas.
Con una lógica siniestra, Yossarian, un piloto subordinado de Cathcart que intenta ser eximido del servicio alegando enfermedad mental, recibe por respuesta que sólo los locos aceptan misiones aéreas y que su disgusto demuestra que está sano y que, por tanto, es apto para volar. La evolución psicológica de Yossarian refleja la aguda crítica que hace Joseph Heller de un patriotismo mal entendido, el cual exige sacrificios inadmisibles.
Trampa 22, que se convirtió en el libro de cabecera del movimiento pacifista de los años sesenta, constituye un modelo de humor negro y absurdo en la literatura estadounidense. Fue llevada a la gran pantalla en 1970, bajo la dirección de Mike Nichols, con Orson Welles y Anthony Perkins en los papeles protagonistas.

è Com comença... 
Fue un flechazo.
En cuanto Yossarian vio al capellán se enamoró perdidamente de él.
Yossarian estaba en el hospital porque le dolía el hígado, aunque no tenía ictericia. A los médicos les desconcertaba el hecho de que no manifestara los síntomas propios de la enfermedad. Si la dolencia acababa en ictericia, podrían ponerle un tratamiento. Si no acababa en ictericia y se le pasaba, le darían de alta, pero aquella situación les tenía perplejos.

è Moments...
(Pàg. 18)
(...) fuera del hospital continuaba la guerra. Los hombres se volvían locos y en recompensa les concedían medallas. En el mundo entero, a uno y otro lado de la línea de fuego, los chicos entregaban sus vidas por algo que, según les habían contado, era su patria. A nadie parecía importarle, y menos que a nadie a los chicos que entregaban sus jóvenes vidas.

(Pàg. 45) 
- (...) ¿Sabes lo que tarda en pasar un año cuando se está acabando? - le repitió Dunbar a Clevinger-. Esto -chasqueó los dedos-. Hace un segundo entrabas en la universidad con los pulmones llenos de aire fresco. Hoy eres un viejo.
- ¿Qué soy viejo? - preguntó Clevinger sorprendido-. ¿Qué quieres decir?
- Que eres viejo.
- No soy viejo.
- Te encuentras a pocos milímetros de la muerte cada vez que cumples una misión. ¿Cuántos años más puedes cumplir a tu edad? Hace medio minuto entrabas en el instituto, y un sujetador desabrochado era tu sueño más cercano al paraíso. Hace sólo un cuarto de segundo eras un niño con unas vacaciones de diez semanas que duraban cien mil años y sin embargo terminaban demasiado pronto. ¡Pum! Corren como un cohete. ¿Cómo demonios puedes retrasar el tiempo?.

(Pàg. 52) 
- (...) no podíamos aceptarlas porque éramos indios y los mejores hoteles no permitían la entrada de indios. El racismo era algo terrible, Yossarian. De verdad. Es terrible que traten a un indio leal y como Dios manda como a un negro, un italiano, un judío o un portorriqueño.

(Pàg. 69) 
-(...) ¿Qué me harían si me negara a cumplir las misiones? - preguntó en tono confidencial.
- Probablemente te fusilaríamos -contestó Wintergreen.
- ¡Cómo que me fusilaríais! -exclamó Yossarian sorprendido-. ¿Por qué ese plural? ¿Desde cuando estás de su parte?
- Si van a fusilarte, ¿de qué lado quieres que me ponga? -replicó Wintergreen.

(Pàg. 80)
Que murieran hombres era un asunto de necesidad; pero cuáles habían de morir era pura circunstancia, y Yossarian estaba dispuesto a ser víctima de cualquier cosa menos de la circunstancia. Pero así era la guerra.  Prácticamente lo único que había descubierto en su favor consistía en que pagaba bien y libraba a los niños de la perniciosa influencia de sus padres.

(Pàg. 95) 
A Clevinger le resultaba todo muy confuso. Ocurrían muchas cosas extrañas, pero a su juicio, la más extraña de todas era el odio, el odio brutal, implacable, sin disimulos, de los miembros del tribunal, que endurecía su expresión despiadada con una capa de venganza, que destellaba en sus ojos entrecerrados malévolamente, como brasas inextinguibles. Clevinger se quedó asombrado al descubrirlo. Lo habrían linchado si hubieran podido. Ellos tres eran adultos y él un muchacho, y lo odiaron mientas estuvo allí, lo odiaron cuando se marchó, se llevaron el odio consigo como un preciado tesoro cuando se separaron y se reintegraron a sus respectivas soledades.

(Pàg. 98)
Entre los dos puntos que separaban su nacimiento de su ascenso de extendían treinta y un deprimentes años de soledad y frustración.
El comandante Coronel había nacido demasiado tarde y demasiado mediocre. Algunas personas nacen mediocres, otras alcanzan la mediocridad, a otras se la imponen. En el caso del comandante Coronel, eran las tres cosas. Incluso entre las personas que carecían de todo interés él destacaba invariablemente por una carencia de interés aun mayor que la de los demás, y cuantos lo conocían se quedaban impresionados por el poco interés que despertaba.

(Pàg. 128)
Yossarian sabía perfectamente quién era Mudd. Era el soldado desconocido a quien nunca le habían dado una oportunidad, porque eso era lo único que se sabía de todos los soldados desconocidos: que nunca se les daba una oportunidad. Tenían que estar muertos.

(Pàg. 164)
Sí, quizá sea ésa la solución: actuar con arrogancia cuando deberíamos avergonzarnos de algo. Este truco nunca falla.

(Pàg. 211)
- (...) Agradece que estás sano.
- Y deprímete porque no vas a seguir así siempre.
- Alégrate de estar vivo.
- Y ponte furioso porque vas a morir.
- ¡Las cosas podrían ser peores! -exclamó ella.
- ¡Y muchísimo mejores! -vociferó acaloradamente Yossarian.
- Sólo has nombrado un motivo -protestó la mujer-. Según tú, puedes nombrar dos.
- Y no me vengas con que los caminos del Señor son inescrutables -añadió Yossarian, aplastando la siguiente objeción de la mujer del teniente Scheisskopf-. No tienen nada de inescrutables. Para empezar, no tiene ningún designio, y se limita a jugar. O es que se ha olvidado de nosotros. Ése es el Dios del que habla la gente, un cateto, un zafio torpe, descerebrado y vulgar. ¡Dios del cielo! ¿Cómo se puede reverenciar a un Ser Supremo que considera necesario incluir en Su divina creación fenómenos como las flemas o las caries dentales? ¿Qué coño le pasaba por esa mente malvada, astuta, escatológica, cuando privó a los viejos del control sobre el movimiento de sus intestinos? ¿Por qué demonios tuvo que crear el dolor?
- ¿El dolor? -la mujer del teniente Scheisskopf se aferró a aquella palabra con ademán victorioso-. El dolor es un síntoma muy útil. El dolor nos avisa de los peligros corporales.
- ¿Y quién ha creado esos peligros? -preguntó Yossarian. Soltó una cáustica carcajada-. Desde luego, hizo un acto de caridad con nosotros al concedernos el dolor. ¿No podía usar un timbre para comunicárnoslo, o uno de sus coros celestiales? O una instalación de tubos de neón azules y rojos al frente de cada persona. A cualquier fabricante de máquinas de discos se le habría ocurrido. ¿Por qué a Él no?
- Tendríamos un aspecto ridículo yendo por ahí con tubos de neón rojos en mitad de la frente.
- Pues estarán más guapos con los espasmos de la agonía o atontados de morfina, ¿verdad? ¡Es un metepatas colosal, inmortal! ¡Cuando piensas en las oportunidades y el poder de que disponía para haber realizado un buen trabajo y ves la porquería que ha hecho, te quedas boquiabierto ante su torpeza! (...)

(Pàg. 287)
-(...) ¡No tiene nada de absurdo arriesgar la vida por la patria! -declaró.
- Ah, ¿no? -preguntó el viejo-. ¿Qué es un país, al fina y al cabo? Un trozo de tierra rodeado por todas partes de fronteras, por lo general antinaturales. Los ingleses mueren por Inglaterra, los americanos por América, los alemanes por Alemania, los rusos por Rusia. Hay unos cincuenta o sesenta país luchando en esta guerra. No es posible que merezca la pena morir por todos ellos.
-Cualquier cosa por al que valga la pena vivir también vale la pena morir -dijo Nately.
- Y cualquier cosa por la que valga la pena morir -replicó el viejo blasfemo- vale la pena vivir. Es usted tan puro y tan inocente que casi me da lástima. ¿Cuántos años tiene? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis?
- Diecinueve -respondió Nately-. Cumpliré veinte en enero.
- Si sigue usted vivo. -El viejo sacudió la cabeza, adoptando durante unos momentos el mismo aire ceñudo, susceptible y meditabundo de la vieja puritana-. Como no tenga cuidado, acabarán por matarlo, y me doy cuenta de que no va tener cuidado. ¿Por qué no tiene un poco de sentido común e intenta hacer lo mismo que yo? Quizá también llegue a los ciento siete años.
- Porque más vale morir de pie que vivir de rodillas -repuso Nately con altanera convicción-. Supongo que habrá oído eso alguna vez.
- Sí, desde luego -musitó el viejo traidor, volviendo a sonreir-. Pero mucho me temo que usted lo ha entendido al revés: más vale vivir de pie que morir de rodillas. Así es el dicho.

(Pág. 356)
- (...) Estoy loco. ¿Lo sabías?
- ¿Y qué?
- Loco de remate.
- ¿Y qué?
- Que estoy como una cabra. ¿Es que no lo entiendes? Estoy majara. Han enviado a casa a otra persona en mi lugar, por error. En el hospital hay un psiquiatra titulado que me ha examinado, y ése ha sido su veredicto. Soy un demente.
- ¿Y qué?
- ¿Cómo que y qué? - A Yossarian no le cabía en la cabeza que el doctor Danika no lo comprendiera-. ¿No te das cuenta de lo que eso significa? Puedes darme de baja y mandarme a casa. No van a mandar a luchar a un loco para que lo maten, ¿no?
- Y si no, ¿quién iría?

(Pàg. 424)
En un momento de divina intuición, el capellán había logrado dominar la útil técnica de la racionalización protectora, y desbordaba de alegría con su descubrimiento. Era milagroso. Comprendió que casi no había que hacer trampas para transformar el vicio en virtud, el embuste en verdad, la impotencia en abstinencia, la arrogancia en humildad, la estaba en filantropía, el robo en honradez, la blasfemia en sabiduría, la brutalidad en patriotismo y el sadismo en justicia. Cualquiera podía hacerlo; no requería una inteligencia especial. Simplemente requería falta de carácter.

(Pàg. 482)
La noche estaba plagada de horrores, y pensó que sabía cómo debió sentirse Cristo cuando andaba por el mundo, como un psiquiatra en una sala llena de majaras, como una víctima en un cárcel llena de ladrones. ¡Qué alegría le daría ver a un leproso!

(Pàg. 512)
El hombre es materia: en eso consistía el secreto de Snowden. Arrojadlo por una ventana y caerá. Prendedle fuego y quemará. Enterradlo y se pudrirá, como cualquier otro desperdicio. Una vez desaparecido el espíritu, el hombre es basura. En eso consistía el secreto de Snowden. La madurez lo es todo.
- Tengo frío - dijo Snowden--. Tengo frío.
- Vamos, vamos -dijo Yossarian-. Vamos, vamos.
Tiró del cordón del paracaídas de Snowden y cubrió su cuerpo con los blancos pliegues de nailon.
- Tengo frío.
- Vamos, vamos.

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