Ni de Eva ni de Adán - Amélie Nothomb




"(...) siempre hay algo de lo que huir. Aunque sólo sea de uno mismo."




Nothomb Amélie. Ni de Eva ni de Adán. 
Barcelona: Anagrama, 2009

Ni d’Ève ni d’Adam. Traducció de Sergi Pàmies.
Col·lecció Panorama de Narrativas, 719



 Què en diu la contraportada...
Un año antes de la temporada infernal en una empresa nipona vivida en Estupor y temblores, Amélie Nothomb se sube en Tokio a la montaña rusa de una hilarante educación sentimental en brazos del muy delgado y muy oriental Rinri, un ávido lector que sueña con entrar en la orden del Temple. Amélie, decidida a aprender japonés enseñando francés a los autóctonos, conoce a Rinri en un bar. Pero, pocos días después, la relación entre maestra y alumno dará paso a una hermosa historia de amor. La primera noche de pasión se inicia con un cómico episodio en que profesora y alumno comparten una insípida imitación japonesa de la célebre fondue de queso francesa; le seguirán un viaje a Hiroshima y la lectura in situ de Hiroshima mon amour, un libro que Rinri detesta y no logra comprender, y el ascenso al monte Fuji, en el que la belga es poseída por el espíritu de la montaña.
 Distintos episodios nos sitúan, una vez más, ante una rica y peculiar visión de Japón, la de alguien nacido allí pero cuyos orígenes son occidentales, y donde la percepción de la alteridad cobra los más variopintos matices. Nothomb analiza sus experiencias desde una perspectiva casi antropológica, nunca exenta de ironía. La diversión está asegurada, pero también la ternura e incluso la melancolía…, porque cuando Nothomb escribe en primera persona fascina, divierte, hace pensar y hace reír.

 Com comença...
Me pareció que enseñar francés sería el método más eficaz para aprender japonés. Dejé un anuncio en el tablón del supermercado: “Clases particulares de francés, precio interesante”:
Aquella misma noche, sonó el teléfono.

Moments...
(Pàg. 27)
- (...) Sus abuelos son...peculiares –observé.
- Son viejos –respondió el joven con sobriedad.
- ¿Les ha ocurrido algo? –insistí.
- Han envejecido.

(Pàg. 30)
Me atraía la idea de no saber si iba a ver pintura,  escultura o una retrospectiva de cachivaches varios. Uno siempre debería acudir a las exposiciones así, por azar, con absoluta ignorancia. Alguien desea mostrarnos algo: eso es lo único que importa.

(Pàg. 48)
Después del amor, ya no había reglas. Sobre la almohada, descubrí a alguien.

(Pàg. 53)
Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por mi parte, quererlo mucho significaba mucho.
Me hacía feliz.

(Pàg. 90)
La gente permanecía de pie y vigilaba el astro ene l más profundo de los silencios. Mi corazón empezó a latir con más fuerza. Ninguna nube en el cielo de verano. Detrás de nosotros, el abismo de un volcán muerto.
De repente, un fragmento encarnado apareció en el horizonte. Un escalofrío recorrió la callada asamblea. Luego, a una velocidad no exenta de majestuosidad, el disco entero surgió de la nada y dominó toda la llanura.
Entonces se produjo un fenómeno cuyo recuerdo me sigue conmoviendo: de  los cientos de pechos reunidos allí, entre ellos el mío, se elevó el siguiente clamor:
Banzaí!
Aquel grito era una lítotes: diez mil años no habrían sido suficientes para expresar el sentimiento de eternidad japonesa suscitado por semejante espectáculo.
Debíamos de parecer una reunión de extrema derecha. Sin embargo, la buena gente allí reunida debía de ser tan poco fascista como ustedes o yo. En realidad, no estábamos participando de una ideología sino de una mitología, probablemente una de las más eficaces del planeta.
Con los ojos bañados en lágrimas, contemplé la bandera nipona perder lentamente su rojo para derramar su oro sobre el azul aún macilento. Ríete tú de Amatesaru.

(Pàg. 135)
Existe una imposibilidad técnica de contar lo sublime. O no eres interesante, o resultas cómico.

(Pàg. 149)
¿Por qué era necesario que el placer siempre se pagara? ¿Y por qué el precio de la voluptuosidad era, inevitablemente, la pérdida de la levedad original?

(Pàg. 151)
(...) había tenido que enfrentarme a una elección con dos riesgos enormes: uno se llamaba sí, que tiene como sinónimos eternidad, seguridad, consistencia, estabilidad y otras palabras que hielan el agua de espanto; el otro se llamaba no, que se traduce por desgarro, desesperación, y yo que creía que me querías, desaparece de mi vista, y tan feliz que parecías cuando, y otras palabras definitivas que hacen hervir el agua de indignación, porque son injustas y bárbaras.
¡Qué alivio haber encontrado la solución de los noviazgos! Era una respuesta líquida en tanto en cuanto no resolvía nada y posponía el problema para más adelante. Pero ganar tiempo es la gran cuestión de la vida.

(Pàg. 165)
Uno debería tener siempre algo de lo que huir, para cultivar esa maravillosa posibilidad. De hecho, siempre hay algo de lo que huir. Aunque sólo sea de uno mismo.

(Pàg. 169)
Decirle a alguien que se ha terminado es feo y falso. Nunca se termina. Incluso cuando ya no piensas en alguien, ¿cómo dudar de su presencia dentro de ti? Un ser que ha contado para ti, siempre cuenta.

Altres n'han dit...
El pont, Tinta xinesa, Ofici de lectorLa tormenta en un vaso, Cajón de historiasRapsodia literaria, Cargada de libros, El cuaderno rojoMi Friki Mundo, Al calor de los libros, Devorando libros.

Enllaços:
Amélie Nothomb, l'autora sobre el seu llibreautora de frase curta i marcadament musicalnovel·la romàntica o novel·la costumista?, sobre la fascinació, caquis, YamambaHiroshima mon amour,  misdosañosenjaponconunchicomuymajoyloraritosquesonlosjaponeses.

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