Los Periódicos - Henry James





"(...) - ¿Y qué teme usted –interrogó Bight- que pueda suceder? 
- Pues, para estar sobre seguro –sonrió-, quiero suceder yo primero, ¿comprenden?"



James, Henry. Los Periódicos. 
Barcelona: Alba Editorial, 1998. 



The Papers, traducció de Guillermo Lorenzo.
Col.lecció Clásica, 18



 Que en diu la contraportada...
Una pareja de periodistas –jóvenes, inquietos, pobres, enamorados –anda a la caza de la noticia en el bullicioso Londres de principios de siglo. El centro de la atención pública del momento lo ocupa un personaje «universal y ubicuo» que responde al complejo nombre de Sir A.B.C Beadel-Muffet, K.C.B., M.P., y que no es sino lo que Borges habría llamado una de esas «espléndidas nulidades que cruzan los visibles escenarios del mundo». Cuando un día este admirable caballero desaparece, no sólo deja una codiciada vacante en el olimpo de la fama sino que arroja a nuestra pareja de reporteros al laberinto de una investigación cuyo efecto principal será, no obstante, preguntarse de qué manera han podido ellos mismos desencadenar –o hubieran podido evitar– lo ocurrido y sus consecuencias, aparentemente fatales.
Los periódicos (1903), excelente nouvelle de la madurez de Henry James, pone sobre el tapete cuestiones tan actuales como la notoriedad de lo banal o como la ética del periodista y resuelve con tremenda ironía un caso «romántico» de conciencia privada y opinión pública.

 Com comença...
Durante un lapso de tiempo relativamente largo –la densa duración de un invierno londinense, animado (si es que puede usarse esta palabra) por fogonazos y fulgores eléctricos, por tétricas “incandescencias” eléctricas- se encontraron una y otra vez en una cervecería no muy exquisita, una fonda situada en los aledaños del Strand.

 Moments...
(Pàg. 25)
El artista, un ser necesariamente sensible, vivía del ánimo que le insuflaban los demás, de saber que la gente le quería un poco y de que se lo recordaran, de saber que le querían al menos lo suficiente para halagarle un poco.

(Pàg. 32)
(...) Eres más que cínico.
¿Y a qué llamas tú “ser más que cínico”?
A ser sardónico. Malvado –prosiguió ella-, diabólico.
Exactamente... pero eso es ser cínico. Ser un poco cínico está bien.

(Pàg. 42)
(...) hasta la mañana siguiente, que era sábado, no pudieron dedicarse al intercambio de impresiones que a la sazón constituía para ellos la enjundia, un tanto acre, de su conciencia.

(Pàg. 45) 
(...) sentía que cuando está en juego la propia subsistencia, la gente no tiene derecho a negarme lo que pido. Era su obligación (para eso eran gente preeminente) dejarse entrevistar para permitirme seguir en la brecha. Lo que yo hacía por ellos, ellos lo hacían por mí.

(Pàg. 46)
(...) lo que deseas  llegará... no puede dejar de suceder. Pero luego, con el tiempo, también tú te librarás de ello.  Aunque para entonces ya lo habrás experimentado, como yo, y la parte buena de la historia.
Pero si esto no produce más que asco, ¿ a qué llamas lo bueno de la historia?
A dos cosas. En primer lugar, a que es tu medio de vida, y, en segundo término, a que es divertido (...).

(Pàg. 50)
(...) A tu manera, como el resto de la gente, de todos los que están aquí, lo único que ocupa tu cerebro es la mofa.
¿Y que es la mofa sino éxito? ¿Qué es el éxito sino mofa?
Escribe eso en alguna parte. Si fuera cierto, me alegro de ser una fracasada.

(Pàg. 67)
La prensa, hija mía –respondió Bight-, es el perro guardián de la civilización, pero sucede que el susodicho can, y este hecho es inevitable, está permanentemente rabioso. Es muy fácil hablar de ponerle un bozal; lo único que se puede hacer es hostigarle (...)

(Pàg. 111) 
(…) Si eres de su agrado, realmente es ahora cuando te necesita. Vete a verla como amiga.
¿Qué publique su vida? ¿Cómo una amiga?
Bueno, como una amiga de la prensa. De la prensa y para la prensa, y que dispone de sólo media hora antes de volver al periódico. Trátala con un poco de altanería, puedes hacerlo con toda tranquilidad. –Bight iba desarrollando la idea-.Ése es el sistema, el bueno de verdad. –Y, al poco rato, habló como si casi hubiera perdido la paciencia-: A estas alturas deberías haberlo comprendido.

(Pàg. 116) 
En un mundo como el circundante podía afirmarse que la pasión irónica constituía la mitad de la dignidad –la mitad de la decencia- de la vida; pero, con todo, cuando resultaba tan espeluznantemente mortal (y no para uno mismo, lo que carecía de importancia, sino para los demás, aun si eran necios o gente adocenada), uno debía saber ver una advertencia clara para mantenerse al margen y meditar.
Esto era lo que Maud Blandy intentaba hacer mientras los periódicos bramaban y trepidaban más que nunca con la nueva carnaza (...).

(Pàg. 125)
(...) te has metido en un lío. Te has dedicado a un juego sumamente insólito. El código admite cualquier cosa menos eso.
Exacto. Así que debo asumir las consecuencias. He quedado desacreditada, pero tendré que asumirlo. Y lo haré marchándome. Es decir, dejándolo todo. Los mandaré a paseo.
¿A los periódicos? –pregunto Bight con toda simplicidad.
Pero Maud vio que el asombro era exagerado. Sus miradas se encontraron con franqueza.
¡Al diablo los periódicos! –dijo Maud Blandy.
Esto provocó en la tristeza y el hastío de Bight la sonrisa más dulce que hasta entonces había mostrado.
Entonces, si seguimos así, entre nosotros dos solos, acabamos con ellos –declaró; luego continuó su divagación-: ¿Y entonces te da igual que por fin haya conseguido darte el impulso inicial? Primero te quejabas de no poder entrar. Luego, de pronto, con una gloriosa pirueta, consigues hacerlo. Pero, entonces, miras a tu alrededor y dices con asco: “Ah, ¿aquí? ¿Es esto?”. ¿Dónde demonio querías estar?
Ah, eso es otro asunto –dijo ella-. Por lo menos sé fregar suelos (...).

(Pàg. 128)
(...) Pero hasta que el caso no se transfiera, como acabará haciéndose a nuestro país, no verán nada. Y entonces va a ser muy divertido.
¿Divertido? –preguntó Maud Blandy.
Vamos, muy bonito.
¿Bonito para ti?
¿Por qué no? Cuando más se desorbite la cosa, más bonito.

(Pàg. 134)
(...) Me he aventurado a venir –anunció Marshal- para recordarles que el tiempo no pasa en balde.
Bight le había examinado con mirada un tanto equívoca.
¿Teme usted que se vaya a adelantar alguien?
Bueno, el sitio es tan tentador y está tan vacio...
Maud volvió a convertirse en la voz de Marshal.
El señor Marshal considera que se ha vaciado quizá demasiado deprisa.
Marshal agradeció, con su expresión amplia y brillante, la ayuda que le brindaba ella con su ligereza y desenvoltura.
Quisiera entrar antes de que suceda algo.
¿Y qué teme usted –interrogó Bight- que pueda suceder?
Pues, para estar sobre seguro –sonrió-, quiero suceder yo primero, ¿comprenden?

 Altres n'han dit...
Els llibres del Senyor Dolent, Vai de librosLangre, La mar, la mar..., Pep Grill.

 Enllaços:
Henry James, context, joc de titelles, Strand.

 Llegeix-lo:
Anglès (html)

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