El bibliótafo - Leon H. Vincent




"Los libros yacen sepultados, por así decir, esperando el día de la resurrección en que serán llamados por su dueño."






Vincent, Leon H. El bibliótafo. 
Cáceres: Periférica, 2015


The Bibliotaph. Traducció de Ángeles de los Santos
Col·lecció Largo Recorrido, 76
 




 Què en diu la contraportada...
Este pequeño gran clásico de las letras norteamericanas, publicado en 1898 e inédito hasta ahora en español, cuenta las divertidas aventuras y anécdotas, de viaje en viaje, de un peculiar coleccionista de libros.
Un bibliótafo entierra libros; no literalmente, pero a veces con el mismo efecto que si los hubiera metido bajo tierra. Uno de ellos, el más simpático que ha pisado las calles durante mucho tiempo, es el protagonista de esta historia. Acumuló sus libros durante años en el enorme desván de una granja del condado de Westchester. Cuando aquella biblioteca ya no cupo en el desván la trasladó a un gran almacén del pueblo. Era la atracción del lugar. Los aldeanos aplastaban la nariz contra las ventanas e intentaban curiosear en la penumbra a través de las persianas medio bajadas…
Pero por extraño que parezca, las conversaciones de este gran coleccionista (de un humor inteligente y ácido las que aquí se narran) giraban menos en torno a los libros acumulados que a los hombres que había tras ellos, o a los que conocía a partir de ellos. Una creencia popular respecto a los coleccionistas de libros dice que sus vicios son muchos, sus cualidades negativas y sus costumbres completamente imposibles de averiguar. Sin embargo, el crítico más hostil está obligado a admitir que la cofradía de los bibliófilos es eminentemente pintoresca. Si sus actividades son inescrutables, también son románticas; si sus vicios son numerosos, la perversidad de esos vicios queda mitigada por el hecho de que es posible pecar con gracia. Sea como fuere, los dichos y hechos de los coleccionistas dan vida y color a las páginas de esos buenos libros que tratan de otros libros. Como éste.

 Com comença...
Una creencia popular y bastante ortodoxa respecto a los coleccionistas de libros dice que sus vicios son muchos, sus cualidades negativas y sus costumbres completamente imposibles de averiguar. Sin embargo, el crítico más hostil está obligado a admitir que la cofradía de los bibliófilos es eminentemente pintoresca.

 Moments...
(Pàg. 31) 
Los autores pueden escribir libros notables pero no entender las virtudes de sus libros desde el punto de vista del coleccionista. Los hombres rara vez son inteligentes en más de un sentido.

(Pàg. 34)
Para cuando las personas se habían dado plena cuenta de lo significativo de su presencia entre ellos, ya se había ido. Así nació una leyenda referida a él, pero no son hechos biográficos.

(Pàg. 41) 
Para alcanzar un alto grado de placer en la formación de una biblioteca hay que viajar. El bibliótafo viajaba regularmente en busca de ejemplares. Su teoría era que el coleccionista debe ir al libro, no esperar a que el libro venga a él. Ningún cazador que se precie, decía, querría que le trajeran un ciervo vivo a su jardín para matarlo. La mitad del placer está en seguir a la presa hasta su escondite.

(Pàg. 42) 
En toda gran ciudad, y en muchas ciudades pequeñas, hay librerías. Pobre es la librería que no contiene al menos un libro bueno. Este libro espera su momento, y normalmente su espera es larga. Pero su destino es ineludible.

(Pàg. 46)
Los mejores golpes de suerte del bibliótafo se producían en lugares poco frecuentados. Algún dios estaba de su parte, porque en su presencia, el desierto bibliográfico florecía como una rosa.

(Pàg. 53)
De algún modo, el tiempo parecía ensancharse y el ocio dilatarse. La vida adquiría una riqueza y una calidez y un color inusuales cuando el bibliótafo andaba cerca. Había en él una grandeza y una serenidad propias del Olimpo. Parecía casi pagano en la amplitud con que abrazaba la existencia.  Y cuando se marchaba dejaba tras de sí lo que sólo se puede describir como enormes espacios mentales sin colmar.

(Pàg. 59)
El dinero no puede comprar la sabiduría que ha hecho de esta colección lo que es, y sin abnegación apenas es posible darle el toque de la verdadera elegancia a una biblioteca privada. Cuando el dinero no importa la aglomeración de libros se torna anárquica.

(Pàg. 76)
Adoraba la autenticidad. En él todo era exactamente lo que aparentaba ser. Era honesto desde el alma hasta la ropa. Y su amor por lo genuino era sólo superado por su desprecio hacia lo espurio.

(Pàg. 81)
Algunos hombres están bastante dispuestos a aceptar una gran fama, pero les molesta verse obligados a soportar sus penalidades. Desean sentarse bajo la brillante luz que cae sobre el trono del intelectual, pero se indignan cuando los transeúntes se detienen a mirarlos. Se imaginan que pueden combinar la gloria del honorable reconocimiento público con la perfecta privacidad que sólo disfrutan quienes aspiran a la mediocridad. El bibliótafo decía que era un misionero para estas personas. Despertaba en ellos la conciencia de sus obligaciones para con sus admiradores.

(Pàg. 85)
Ha manejado miles y decenas de miles de volúmenes, y nunca ha desechado un libro hasta que lo ha “situado”, hasta que ha sabido con certeza cuál era su rango en la jerarquía del deseo.

(Pàg. 90) 
“El humor, para ser popular de forma permanente debe ser general más que local, y tener que ver con un rasgo de carácter más que con un hecho concreto; es decir, debe tratar en gran medida de lo que incumbe siempre al hombre. El humor que no cumple estos requisitos no tiene probabilidades, cuando ha pasado la novedad, de volver a ser leído ni siquiera ocasionalmente, salvo por quienes lo valoran como actividad intelectual o quienes estén haciendo un estudio crítico de su autor.”

(Pàg. 92)
“Creo que nuestra relación personal con los libros se puede expresar del siguiente modo: tú lees libros pero no los compras. Yo compro libros pero no los leo (...).”

(Pàg. 100)
Un hombre que ha sido infeliz en su matrimonio se casa de nuevo porque, como un jugador desafortunado, cree llegado el momento en que su suerte tiene que cambiar. A continuación, el bibliótafo añadía con una sonrisa: “Creo que, en realidad, muchos hombres que se casan por segunda vez hacen lo mismo que, con frecuencia, en Montecarlo los jugadores sin suerte: suicidarse.”

(Pàg. 103)
Los libros yacen sepultados, por así decir, esperando el día de la resurrección en que serán llamados por su dueño. Es probable que ese día tarde en llegar.

 Altres n'han dit...
Del pergamino a la web, He visto, leído, hecho, La Jornada, El Cultural (Manuel Hidalgo), Ramón Rozas, Ámbito cultural (Azahara Alonso), Pep Grill.

 Enllaços:
Leon H. Vincent, però... què estic llegint?,

 Llegeix-lo:
Anglès (facsímil digitalitzat: Edició Riverside Press, 1898)
Anglès (html)
Anglès (multiformat)

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